martes, 4 de agosto de 2015

Poemas medievales

Con el cántaro, cantando,
corro feliz a la fuente,
canto coplas y coplillas,
canto suave, canto fuerte
y, al llegar cantando al río,
yo cruzo bailando el puente.
Cuentan que viven contentos
contando monedas, dientes
de oro, bienes y tierras.
Yo sólo cuento mis suertes
y canto feliz mis cuentos
y soy dichoso en mi mente.
Tiene el mal juglar
pelotas sin malabares,
mil amigos por los bares
y ni un solo real.
Si entrarais a esta casa
y quisierais de comer,
lo que entre en vuestra boca
con vos lo habéis de traer
y, con estos que aquí viven,
amables, compartiréis.
Pues aquí no tengo vino
pero sí quiero beber,
tampoco tengo comida
con la cual entretener.
Yo pongo techo y sonrisa,
el resto lo pone usted.
No tengo novio ni novia,
tampoco perro ni gato,
pues, señor, no se me antoja
la compañía de esos cuatro.
Si tomaseis, mi señora,
mis manos en vuestras manos
y miraseis a mis ojos
con esos vuestros, dorados
serían los mil suspiros
que verterían mis labios.
Y al nacer en horizontes
que se antojan muy lejanos
el sol, la luna y estrellas,
no cesaría al miraros
bajo todas esas luces,
sombras, destellos y claros,
pues ya hállome yo, dichoso,
cerca para contemplaros.
Cantad, ruiseñor,
cantad a la mañana
que amanece temprana
al despertar el Sol.
No me vengas moreno
cantando coplas
bajo mi ventanuco
entre las sombras.

Pues me conozco el cuento
y todo el truco,
no me engatusarán
palabras de humo.

Tú gánate el jornal
y ya hablaremos,
que el amor no interesa
en estos tiempos

sin monedas y tierras
en el bolsillo,
sin un pan bajo el brazo,
techo y cobijo.

Es ruin hablar así,
lo sé, lo asumo;
pero aún es más ruin
la ruina de uno

cuando rujen las tripas
y azuza el frío,
tus palabras de humo
son mal abrigo.
En la cabeza, un sombrero;
en el ojal, una flor;
en los labios, un te quiero;
en mi mano, el corazón.



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