sábado, 31 de mayo de 2014

Sobrevolando el infierno - Capítulo XIV: ¿Quién eres?

     La silla chocó contra la pared de la cocina, tirando el reloj al suelo. El respaldo cayó encima del reloj mientras que las patas se rompieron y salieron por los aires: una contra la puerta, otra junto a la nevera y dos encima de la mesa, sobre los restos del desayuno. Varios vasos y platos rotos cubrían ya la encimera de toda la cocina, las ollas estaban volcadas por los suelos, los armarios abiertos y las otras tres sillas igualmente rotas.
     Bennu ya no tenía mucho más que romper allí. Cogió el cuchillo más grande que encontró y se dirigió hacia la puerta, tan sólo parándose a mitad de camino para clavar el cubierto con rabia en el cristal del microondas. Abrió la puerta de un tirón, estampándola contra la pared a la vez que profería un grito, y se dirigió al salón en busca de más cosas que destrozar sin piedad.
     Ya hacía más de una hora que había echado a Javi de su casa un poco de malos modos y sin ganas ningunas de volver a saber nada de él ni de la policía en mucho tiempo. ¿A quién se le ocurría permitir que robasen un cadáver? ¿Qué clase de inepto era incapaz de proteger la prueba principal de un crimen? ¡Y más aún teniendo en cuenta que todavía no habían finalizado la autopsia! ¿A qué estaban jugando?
     El televisor nuevo del salón tampoco duró mucho tiempo en su sitio. En cuanto Bennu atravesó la puerta de la estancia tras abrirla de una patada, se dirigió directa a él y lo tiró, provocando un pequeño estallido de chispas que podrían haber provocado un incendio de haber tenido el suelo de madera o moqueta en vez de baldosas. Tras destrozar igualmente algunos cojines, salió al pasillo y se dirigió a la siguiente puerta sin pensar ni a dónde iba, la abrió de un golpe y se quedó plantada en el sitio con la mirada perdida. Hacía ya mucho tiempo que no entraba en esa habitación.
     Exactamente unos diez días.
     Era la habitación de Mateo.
     Bennu cayó de rodillas lentamente mientras las lágrimas comenzaban a hacer acto de presencia. Se apoyó en el marco de la puerta mirando al interior sin poder comprender por qué su niño ya no estaba allí. La policía parecía haber respetado sus cosas y todo seguía tal y como él lo había dejado: el ordenador en una esquina de la mesa, los libros de texto en la otra esquina, las estanterías llenas de libros y cd’s de música, las paredes llenas de pósters, fotos y recortes y, en la mesita, un gran portarretratos con dos fotos: en la de abajo, una joven pareja sostenía en brazos a su sonriente hijo de dos años; en la de arriba, ese mismo niño se abrazaba con fuerza a su joven tía de catorce años. Había pasado una eternidad desde que esas fotos habían sido tomadas. Tanto, que Bennu ya casi ni se acordaba de su existencia.
     Con resignación y un poco más de calma, se levantó lentamente y comenzó a andar hacia atrás con la mano en el pomo, sin apartar la vista de las fotos hasta que la puerta se cerró por completo. Pasó de nuevo por el baño para lavarse la cara un poco. Cogió su abrigo y su bolso y salió de casa.

*          *          *

     - ¡Camarero! Otra cerveza, por favor.
     - ¿Otra más, Bennu?  ¿No has bebido ya suficiente? – Preguntó una voz detrás de ella mientras una mano enguantada se apoyaba en su hombro y la otra señalaba a los múltiples botellines qua ya llenaban la mesa.
    Bennu giró lentamente la cabeza al reconocer la voz y se encontró de lleno con una intensa mirada de ojos verdes.
     - ¿Vi...Víctor?
     - Caramero, que sean dos cervezas. –Dijo Víctor mientras se quitaba su abrigo negro.
     Posó el abrigo en una silla y tomó asiento frente a ella, apoyó los codos en la mesa entrelazando los dedos ante el rostro y volvió a clavar su mirada en la atónita Bennu.
     - ¿Qué haces aquí? –Preguntó ella de forma casi grosera.
     - Estoy esperando a que el camarero me traiga mi cerveza. –Respondió él sin inmutarse con la sonrisa estática y misteriosa que le caracterizaba.
     - No... Me refiero a qué has venido a este bar... –Siseó Bennu algo confusa.
     - A tomarme algo contigo.
     - ¿Aquí? ¿En este barrio? Como el otro día te vi... ¿en el parque?... En el parque. Pensé que vivirías por mi barrio... ¿Vives por aquí?
     - No, no vivo por aquí.
     - Entonces... ¿Vivimos en el mismo barrio?
     - No, no vivimos en el mismo barrio.
     - Entonces, ¿qué hacías en aquel parque y qué haces en este bar?
     - Esa no es la pregunta, Bennu.
     - ¿Y cuál es la pregunta?
     - ¿Qué haces tú aquí?
     - Dar una vuelta. Necesito despejarme –Contestó ella apartando la mirada.
     - ¿Despejarte? ¿Metida en un bar? –Se burló Víctor.
     - Me apeteció tomar algo y entré aquí...
     - Qué curioso... te apeteció tomar algo en un bar que queda casi al otro lado de la ciudad desde tu casa y que esta a tan sólo dos calles de la casa de tu mejor amiga... y además debías tener mucha sed, te has bebido ya unas diez cervezas...
     - Eso ha sido coincidencia. –Dijo Bennu mirando para otro lado y empezando a cansarse de que un desconocido se entrometiese en su vida.
     Víctor se quedó callado apenas diez segundos mirándola con una pequeña duda en los ojos, como si necesitase pensar qué decir a continuación. De repente, apoyó los brazos enteramente sobre la mesa, se inclinó hacia adelante y la miró aún con mayor intensidad y seriedad.
     - ¿Y crees que a tu hijo le habría gustado que te sentases en un bar a emborracharte y lamentarte en vez de salir a buscar su cuerpo?
     Bennu se quedó paralizada tratando de procesar lo que Víctor acababa de decirle. Él aprovechó para ponerse en pie y recoger sus cosas con intención de marcharse.
     - Espera... –Balbuceó Bennu alzando la cabeza y sujetándole un brazo- ¿Quién eres?
     Víctor sonrió de medio lado con picardía de esa forma que tanto le caracterizaba. Cogió la mano que aprisionaba su brazo, la posó con suavidad sobre la mesa y la soltó con una suave y lenta caricia.
     - Saluda al inspector Martínez de mi parte... seguro que le alegra el día. –Añadió sarcásticamente, dándose la vuelta en dirección a la puerta con una sonrisa aún mayor.
     - Apúntalo todo a mi cuenta... como siempre. –Le pidió él al camarero en un susurro, cuando pasaba ante la barra.
     Bennu, aún atónita desde su silla, se giró y le grito:
     - ¡¡Dime quién eres!!
     Pero su fuerte grito chocó contra una puerta de cristal ya cerrada. Al otro lado, en la calle, un largo abrigo negro se perdió rápidamente entre la gente.
     El camarero trajo las dos cervezas y ella bebió un largo trago de cada una a toda prisa, sin importarle la cara de asombro y preocupación de las pocas personas presentes en el bar. Recogió también sus cosas y abandonó el local.
     Las calles se antojaban todas iguales hasta el punto de que parecían cambiar sólo de nombre. Comenzó a andar sin rumbo un poco mareada y sin saber muy bien dónde estaba. El cielo comenzó a ser cada vez más gris, los carteles tenían letras que ya no decían nada, la gente pasaba a la vez deprisa y despacio, los coches se movían y el suelo también. Le dolían los ojos, le picaba la garganta, le costaba respirar...
     Por fortuna, llegó a un lugar que creyó reconocer. Una puerta. Un panel de timbres. Un botoncito al lado del cartel “2º D”. Sin saber muy bien qué estaba haciendo, pulsó ese botón y se apoyó en la puerta. Una curiosa voz juvenil de mujer preguntó.
     - ¿Quién es?
     Bennu, en un pequeño momento de lucidez, se percató de lo que había hecho y, con su último aliento de voz susurró:
     - Alicia...

viernes, 16 de mayo de 2014

La Tejedora de historias: El globo, la estrella y la lágrima.


Vivía una tejedora 
dedicada a su pasión: 
tejía días y horas 
sin descanso o dilación. 
Cada retal era una historia, 
cada hilo una canción 
que unía sin demora 
las tramas de la acción. 
Todas aquellas historias 
salían de su corazón; 
y le preguntaba, observadora, 
su hija con emoción: 
- ¿Qué cuento, qué memoria 
tejes madre en esta ocasión? 
- "El globo, la estrella y la lágrima" toca ahora, 
escucha con atención.


            Había una vez una sonrisa amable; Había una vez un abrazo cálido; Había una vez unos ojos alegres; Había una vez unas mejillas sonrojadas... Había una vez todo lo que es bueno y hermoso para la imaginación del futuro y el recuerdo del pasado, en un momento del tiempo en el que el tiempo no existía, por lo que sólo habitaba el presente.
Había una niña pequeña. Que no era niña ni pequeña. Ni grande, ni alta, ni baja. Era Pensamiento, era Fe, era Espíritu,... era Alma. Era ella; y nadie más.
Tenía un globo blanquecino, algo transparente, lleno de perlas brillantes, luces y colores, al que atesoraba y quería como a su bien más preciado. Jugaba con él sin descanso y lo abrazaba con calidez y ternura... pero, quizá, con poco cuidado.
Ocurrió que un día lo abrazó con mucha emoción. Ocurrió que un día lo abrazó con mucha fuerza. Ocurrió que un día sus brazos lo rodearon y atravesaron... Ocurrió que él formó parte de ella y ella de él. Y ella se refugió en su interior, con una explosión de mil latidos marcando el tiempo y las mil caras de lo que podría ser: los destinos.
Alma observó todo y se empapó de la vida a su alrededor. Y vio su globo expandirse. Y vio su entendimiento expandirse. Y vio su conocimiento expandirse. Y vio su amor expandirse por ese pequeño universo de perlas brillantes, luces y colores. Y lo atesoró aún más. Y lo quiso aún más. Y se prometió a si misma que nunca dejaría de hacerlo.
Pero Alma, a veces, estaba triste. Algunos de aquellos mundos que crecían, nacían y morían a su alrededor parecían ignorar su presencia. O adorar erróneamente su presencia. O culpar a su presencia. En ellos no había término medio, ni principio, ni fin. Sólo caos y preocupación... Pero ella no perdía la esperanza. Ella era la Esperanza. Y el Amor. Y todo lo que es bello y hermoso.
Así que siguió viajando, observando, sintiendo. Siguió alentando, ayudando, viviendo. Y llegó un año, un día, un segundo concreto, en el que encontró un planeta aún no formado, de nubes de vapor y viento, persiguiéndose juguetonas en un remolino lila. Y vio que era un mundo nuevo. Y vio que era un mundo bello. Y esto le hizo sonreír.
El pequeño planeta se encontraba quieto, casi asustado, vagando a la deriva en la oscuridad, así que lo abrazó y acunó como una madre acuna a su recién nacido y le buscó un punto de luz, para que dejase de temblar de frío. Con mucho cuidado y con mucho amor, observó cómo las nubes se elevaban a su alrededor, cómo trotaban las aguas de Nabia y cómo pequeños pedazos de tierra empezaban a surgir sin ninguna forma concreta. Y esto le hizo sonreír.
Pero aquellas pequeñas islas, aun ricas en árboles y minerales, eran demasiado pequeñas para albergar comunidades sostenibles de animales. Por ello, Alma, queriendo que el planeta prosperase, pues le parecía muy bello, agrupó todos aquellos islotes en un lado del planeta y dejó el otro lado despejado y expectante. Y esto le hizo sonreír.
Y pensó Alma: <<Este planeta es bello, pero no podía tener vida. De la misma forma, yo era feliz fuera de mi pequeño globo, pero estaba sola. Ahora, a veces me pongo triste dentro de este globo grande, pero tengo compañía y una razón para existir. Parece ser que todo en la existencia tiene un lado bueno y otro malo...>>. Y observó Alma la existencia y todas sus criaturas y se dio cuenta de que tenía razón... Y aun así, esto le hizo sonreír.
Entonces, dirigió Alma otra vez su mirada a este nuevo mundo y pensó: <<No puedo poner en él algo bueno sin algo malo, pues no habría equilibrio, no evolucionaría y acabaría por perecer en la fría indiferencia,... como aquellas lunas casi muertas que visité>>. Entonces, decidió Alma, en su cavilar, que aquél sería el refugio de este pensamiento. Y esto le hizo sonreír.
Guardó Alma en este nuevo mundo su esperanza y su temor. Y su esperanza fue una gran estrella. Y su temor una lágrima rodeada de marismas venenosas. Y le pareció a Alma que estas tierras equilibrarían al pequeño mundo, le darían un futuro más fructífero y le permitirían prosperar con o sin su presencia...
Y esto, le hizo sonreír.