domingo, 29 de septiembre de 2013

Máquina.


Dices que tienes corazón y sólo
lo dices porque sientes sus latidos.
Eso no es corazón...; es una máquina
que al compás que se mueve hace ruido.
-> Rima LXXVII. Gustavo Adolfo Béquer.


La brisa, hermana del viento, acaricia el firmamento sin descanso pero sin prisa. Su susurro es la risa y el canto de las almas y su consuelo, entre las nubes de terciopelo que pasean en calma. Las estrellas alumbran el cielo con luz sumisa de polvos de hada y desde la distancia divisan las penas rodando por el suelo.
Sobre la hierba verde: la cierva de Artemisa, la lechuza de Atenea, la manzana de Afrodita. Protegen las diosas su reino, cantan de mortales las desdichas del amor, del hambre, del miedo.

Pero un poco más lejos, en lo alto de una cornisa de un castillo pétreo, entre las sombras descansan unos largos dedos, unas manos frías, rasgadas y heridas, brazos helados, un par de ojos muertos. Cuánto desperdicio a la vista de ojos que no registran lo bello, sumidos en el desencanto, cegando sus pupilas con la bruma del silencio. Es tan sólo un errante, un desolado paseante, que mira al mundo sin verlo, sin apreciar la hermosa vida que se desarrolla en el universo. 

Es una maleta rodante que viaja sin dueño, sintiéndose importante con sus solapas de cuero, con sus remates a mano, con metalizadas hebillas... pero, a fin de cuentas: vacía por dentro.



martes, 24 de septiembre de 2013

Sobrevolando el infierno - Capítulo VII: Sólo me gusta jugar contigo.



     En la calle llovía mucho y la gente sin paraguas corría tratando de avanzar sin mojarse de soportal en soportal. <<Parecen las hormiguitas del patio de atrás cuando corren>>, pensó la niña mirando aburrida a través de la ventana.
     - ¡Bennu! -gritó una voz conocida desde las escaleras- ¡Bennu! ¿Dónde te has metido?
     - ¡Estoy aquí, Ari! -respondió la niña con voz cantarina- ¡En la habitación del fondo!
     Bennu oyó el sonido de unos pasos acercándose por el pasillo. Unos pocos segundos después, la puerta se entreabrió y apareció la cabecita de una niña muy guapa y sonriente de unos diez años. Tenía unos ojos enormes y redondos de color avellana, la piel muy blanca adornada con pequeñas pecas y sujetaba su media melena pelirroja con una vieja diadema de madera muy gastada.
     - Así que estabas aquí, ¿eh? y yo buscándote por todo el edificio... -le regañó sonriente- Ven, corre, tenemos que bajar. La Madre Superiora quiere hablar con todas nosotras...sobretodo contigo y conmigo.
     - Vaaale, voy. -Dijo la pequeña Bennu con resignación- Pero luego ¿jugarás conmigo?
     - Pero ¿por qué nunca juegas con las demás niñas de tu edad? ¿Por qué no vas con Laura, Patri, Nuria, Eva,...?
     - Pero yo quiero jugar contigo. ¡Sólo me gusta jugar contigo! y que estemos siempre juntas... -suplicó la pequeña abrazándose a la mayor con fuerza.
     - Bueno, vale, luego jugamos un poco -concedió Ariadna riéndose- pero vámonos ya si no queremos que nos regañen y quedarnos sin postre esta noche...
     - ¡Sí! -dijo Bennu triunfante agarrando a Ariadna de la mano con una sonrisa enorme, con la sensación de haber conquistado el mundo entero...


     El móvil sonó un par de veces. Antes de que sonase la tercera, Bennu desenroscó uno de sus brazos de entre las sábanas y lo cogió de la mesita de mala gana, contestando sin mirar siquiera quién la llamaba tan temprano.
     - ¿Diga?... ¿qué?... no... no, no tengo ninguna queja... no, no las conozco... no, no se moleste, no me interesa... no gracias, ya le he dicho que no, no me interesa cambiar de compañía y, por el amor de Dios, ¡hagan el favor de no llamar tan temprano un domingo!
     Colgó de mala gana y se levantó lentamente, encaminándose a su cuarto de baño. Apoyó ambas manos en el lavabo y se miró al espejo. Le devolvieron la mirada unos grandes ojos redondos de color avellana, medio ocultos por algunos mechones de su melena pelirroja completamente despeinada y alborotada tras un sueño extraño... De hecho, ni siquiera había sido un sueño...
    Sin molestarse lo más mínimo en arreglarse un poco, volvió a su habitación y revolvió en los múltiples cajones hasta encontrar lo que buscaba: una caja, aparentemente sin importancia ni nada de especial. La abrió y sacó de ella un objeto cuidadosamente envuelto en una tela. Apartando la tela a un lado, se acercó a la ventana para observar mejor el pequeño marco de fotos que envolvía y la foto colocada en él.
     Bennu sonrió mientras acariciaba fugazmente el retrato de dos chicas muy jóvenes casi tan parecidas como dos gotas de agua. Se encontraban sentadas en un sofá y, la mayor, rodeaba con un brazo los hombros de la menor mientras que su otra mano se encontraba posada sobre su vientre abultado, a causa de su sexto o séptimo mes de embarazo. Ambas sonreían ampliamente al fotógrafo y padre de la pequeña criatura a la que le faltaba poco para nacer, sin ser conscientes de lo que el futuro tenía reservado para todos ellos.
     - Y pensar que en aquel momento comenzábamos a creer que seríamos felices para siempre... -recordó Bennu en voz alta- Nuestra vida era perfecta, perfecta para nosotros, y lo fue durante mucho tiempo...
     Con la fotografía aun en sus manos y los ojos húmedos, se sentó a los pies de la cama.
     - Por fin habíamos salido de aquel oscuro y frío orfanato. Tú y David estabais juntos... estábamos los tres juntos... y poco tiempo después fuimos cuatro: David, el pequeño Mateo, tú y yo...
     Bennu calló de repente al sentir un nudo en el estómago. Parpadeó un par de veces y se secó con la manga del pijama dos pequeñas lágrimas que sus párpados no pudieron retener.
     - ¡Oh, Ari! ¡Te echo tanto de menos!... Hermana... yo sólo quería estar contigo... ¡quería jugar sólo contigo! y que estuviésemos juntas para siempre...
     Pequeñas lágrimas comenzaron a inundar la lisa superficie del cristal que protegía la foto. En esta ocasión, Bennu no hizo nada por intentar detenerlas. Tan sólo, se dejó caer hacia atrás, abrazada al marco, y se volvió a enroscar en el interior de las mantas como un bebé, llorando desconsoladamente, hasta quedarse de nuevo dormida.



jueves, 19 de septiembre de 2013

Si la vida fuese justa...



Si la vida fuese justa
no se llamaría vida,
no habría luchadores,
nunca existirían
razones para seguir,
para ver un nuevo día.
La luz sería oscura;
la noche, aún mas vacía;
la existencia, fácil,
despreocupada y fría.
No habría lamentos,
ni gritos de agonía,
ni amargos “no te quiero”
ni dolorosas despedidas.
Nada valdría la pena,
nadie de amor moriría,
nadie se sentiría solo,
nadie viviría una mentira.
Si la vida fuese justa,
no habría poesía.



viernes, 13 de septiembre de 2013

Sobrevolando el infierno - Capítulo VI: ¡Te encontraré!


     Una tormenta de rayos, relámpagos y truenos, torturaba la negra noche con una crueldad jamás imaginada, que aterrorizaba los sentidos y nublaba el pensamiento, impidiendo así, cualquier sentimiento de seguridad, fuese fingido o no. La tenue luz de las farolas, haciendo eco al clamor del cielo, se asemejaba a una lejana llamada de socorro, de una persona que malgasta sus últimas energías, sabiéndose sin suficiente fuerza y valor para resistir mucho tiempo.
     Pero, apoyada contra un muro, Bennu, sólo podía llorar. Sus lágrimas cálidas y transparentes, se confundían con las frías gotas caídas del cielo, sobre una cara convertida en máscara griega de dolor y tragedia. El viento, tras desistir en su empeño de apartar las nubes, intentaba arrastrar su cuerpo como a una de las muchas hojas que abraza un roble, para después empujarlas al vacío cuando llega el otoño.
     Rota de dolor, intentó avanzar unos pocos pasos, pero sus débiles piernas vacilaban ante la poderosa fuerza de la gravedad, que reclamaba su cuerpo para sí. A pesar de todo, intentó avanzar pegada a una pared de desgastados ladrillos que, como el rígido bastón de un viejo, le daba el apoyo físico tan necesitado por su cuerpo y anhelado por su espíritu. No se vislumbraba ningún alma humana, ni rastro de ella, a lo largo y ancho de la avenida. Estaba sola...otra vez.
     ¿Por qué, oh cruel destino, le habría sucedido tal desgracia? ¿Qué podía haber causado la muerte cruel y traicionera de su único hijo? ¿Dónde estaría en ese momento el despiadado verdugo de su sangre inocente? Eran tantos los interrogantes sin resolver y tanta la presión y amargura acumulada en su corazón que la pobre Bennu, sin intentar si quiera evitarlo, cayó de rodillas sobre el frío cemento y comenzó a vomitar incontroladamente.
     Entonces, un brillante rayo apareció iluminando la escena con su efímera luz fantasmal, llenando también el corazón de Bennu, pero con una luz bastante distinta que remueve las sombras del espíritu y aviva la llama del dolor: La oscura luz de la venganza. Sus llorosos ojos ardieron con un nuevo fuego, su mandíbula temblorosa se cerró de golpe con un ruido sordo seguido de un espeluznante chirrido capaz de helar la sangre del héroe más valiente y sus manos se crisparon sobre su cara con una nueva determinación mientras la adrenalina corría por sus venas desafiando a la velocidad del tiempo.
     - No...No...¡NO! -Gimió tratando de ponerse en pie- No puede ser...mi niño no...
     Se arrastró por el suelo con torpeza unos metros más, mientras  pequeñas lágrimas ávidas de libertad, se entremezclaban con la lluvia sobre su pálido rostro.
      - Pero esto no va a quedar así... ¡¿Me oyes?! -Gritó mirando a las estrellas, damas mudas de la noche- ¡Seas quien seas y estés donde estés! -Aulló desesperada.
     Por fin, tras varios intentos, trastabilló hasta ponerse en pie y, apoyada en un viejo poste del final de la calle, miró con furia a la hermosa y misteriosa luna que lucía casi llena, tenuemente iluminada entre las espesas y enfurecidas nubes, antes de lanzar un último grito que hizo temblar la tierra mucho más que cualquier trueno:
     - ¡Te encontraré! ¡Te juro que lo haré! ¡¡No descansaré hasta reducir a cenizas tu cuerpo, tras haber manchado mis manos con tu sucia sangre!!
     Y tras haber jurado vengar a su único hijo, tras haber llorado su muerte, tras haber roto las cadenas que sujetaban su furia y su rencor, el abatimiento pudo con ella y el dolor la inundó hasta que no fue capaz de soportarlo más. Finalmente, bajo la atenta mirada de la lúgubre luna, bajo el mudo asombro de las minúsculas estrellas, Bennu cayó de nuevo al suelo y, tras saborear una vez más la dulce amargura de la lluvia nocturna, perdió el sentido.


jueves, 5 de septiembre de 2013

Bienvenidos... pero tú igual no.

Sus sandalias siguieron los pasos de todos aquellos que la acompañaban, pisando sobre sus huellas, posándose con mayor ligereza sobre las baldosas blancas del suelo.
Su vestidito estampado en blanco y rosa, con un cuello blanco de puntilla, ondeó alrededor de sus delgadas rodillas, al mismo ritmo que se balanceaban sus pequeños brazos a ambos lados de su cuerpo. Su mano derecha, se alzó en un movimiento automático para ajustar sus gafas rosas sobre su nariz. 
Todo rosa, demasiado rosa, no le gustaba el rosa y a nadie parecía importarle lo que ella opinase... Pero no era un día para pensar en eso.
Siguió avanzando por los pasillos mientras escuchaba cómo sus acompañantes -o, mas bien, las personas a las que acompañaba- hablaban entre ellas tratando de recordar por dónde tenían que ir.
Finalmente llegaron ante un ventanal que permitía observar una amplia sala blanca y cerrada, llena de enfermeras. Todos los que iban con ella se acercaron al cristal y alguien tuvo la buena vista de acercar una silla para que ella pudiese subirse de rodillas y ver mejor.
Aún no sabía qué podía esperar de aquella visita ni qué consecuencias exactas traería para su futuro. Estaba muy nerviosa. En su mente ya imaginaba futuros juegos, peleas, paseos, bromas,... muchas bromas. Esperaba caerle bien. Esperaba gustarle al menos un poquito. Esperaba poder cuidarle y acompañarle, abrazarle cuando se sintiese solo, hacerle cosquillas cuando necesitase reír,...
-¡Mirad! Ahí está. -Dijo Ignacio a su izquierda.- Mirad cómo pone los bracitos... parece que dice "Bienvenidos".
Ella le buscó con la mirada, a aquél hermano a quien tanto había esperado y al que aún no había logrado llegar a ver. Una enfermera se acercaba con él en brazos, mientras el pequeño bebé había decidido abrir sus manitas y estirarse, como si quisiese darles un abrazo.
La niña le miró con los ojos brillantes y la cara pegada al cristal, buscando su mirada... y se encontraron. Sus miradas se encontraron. Y en el mismo momento que aquellos enormes y redondos ojos se clavaron en los suyos, una pequeña lengua rosada asomó de su boca...
<<¿Qué?>> Pensó ella. <<Es la primera vez que le veo... ¡¡¿y ya me saca la lengua?!! Pues anda que empezamos bien... Si que dice "bienvenidos"... "Bienvenidos... pero tú igual no".
Y fue aquella calurosa tarde del 5 de septiembre de 1997 cuando comprendió que un hermano es a la vez el mejor aliado y el peor enemigo, el primero que ataca solo y el primero que defiende del resto del mundo. La única persona en este mundo que, cuanto más se esfuerza en picar, más te hace reir.


Basado en hechos muy reales y dedicado a mi querido hermano pequeño, que hoy cumple 16 años.




lunes, 2 de septiembre de 2013

Sobrevolando el infierno - Capítulo V: Mi niño.


     La impenetrable noche del color del ébano susurró palabras inquietantes en sus oídos, mientras ella se alejaba del coche en busca del lugar exacto en el que la policía la esperaba.
     No habían querido comunicarle el motivo, pero la insistencia y la urgencia se reflejaban claramente en la voz del agente y a Bennu no le gustaba discutir. Se había planteado no asistir y también  había pensado en la probabilidad de que fuese una broma de mal gusto, pero el aumento de la delincuencia en el último año rozaba lo escandaloso y nunca se sabía...
     Sumida en profundas reflexiones, dobló la siguiente esquina con el corazón en un puño y la irracional idea de quien sabe exactamente lo que le espera y se esfuerza a toda costa por negarlo y ocultarlo en lo más recóndito de su mente.
     Al ver las luces de varios coches de la policía, apretó el paso temiéndose lo peor. Pero, aun así, no estaba para nada preparada para lo que vio a continuación.
     En el pavimento grisáceo de la calle, oscurecido por las sombras de la noche, se difuminaba un pequeñísimo hilo de un color vino intenso, allí donde se pararon sus pies. Bennu se quedó paralizada un momento al darse cuenta de que aquello no debía estar allí, que aquello estaba fuera de sitio, que no pertenecía a ese lugar.
     Lentamente, alzó la vista, centímetro a centímetro, milímetro a milímetro, siguiendo la delgada línea asemejada a un hilo roto y perdido que conduce hacia un tapiz desgarrado. El hilo que, anudado a la manilla de la puerta, puede ayudarte a encontrar dicha salida, o llevarte en dirección contraria hasta el más profundo de los abismos. De repente, la escena que su subconsciente ya había asimilado y ella se había esforzado en evitar, cobró vida de forma aterradora ante sus escandalizados e incrédulos ojos. Su demonio personal se alzó y arremetió en el fondo de su alma cantando victoria y rompiendo las cadenas que mantenían sujetas su miedo, su rabia, su pena, su dolor.
   Ante el desconcierto de los oficiales allí presentes, Bennu se lanzó sin pensar sobre el cuerpo allí yacente, se acurrucó a su lado, temblorosa, y le acarició nerviosamente la cara mientras lo estrechaba contra sí. No podía creérselo. No podía ser verdad, aunque ésta estuviese ante sus ojos y la realidad le hubiese golpeado en la cara con la fuerza de un mazo. La realidad no existe, la verdad es una gran mentira...
     Y mientras dejaba que su mente se perdiese en oscuros pensamientos y sus lágrimas corrían por su rostro al encuentro del ser que acunaba en sus brazos, sus temblorosos labios se abrieron pronunciando las únicas palabras que fueron capaces de hallar:
     - Mi niño...
     En ese mismo instante, un oscuro trueno resonó en la noche, mientras comenzaban a caer las primeras gotas de unas nubes quejumbrosas que querían mostrar así su dolor por tan enorme pérdida, convirtiendo su llanto en eco del desamparo de una madre sin consuelo.