lunes, 26 de agosto de 2013

Sobrevolando el infierno - Capítulo IV: La llamada.

     Una gota, dos gotas, tres gotas,... “Ven”..., cuatro gotas, cinco gotas,... “Tienes que recordar”..., seis gotas,... “¡¿Lo oyes?!”
     - ¡Bennu! ¡Cuidado! ¡Tu bata! - gritó Li de repente.
     La bata. La manga izquierda. Estaba ardiendo.
     Alicia corrió hacia ella, le hizo posar todo lo que tenía en las manos y le arranco la bata de un tirón para luego pisarla hasta apagarlo... Mientras tanto, Bennu, sólo fue capaz de quedarse mirando fijamente la escena con los ojos vidriosos, como si no alcanzase a comprender lo que acababa de ocurrir.
     - ¿Pero se puede saber qué te pasa? ¿En qué demonios estabas pensando para dejar el soplete encendido? ¡Y encima manipulando al lado metilbenceno! ¡¡Podríamos haber salido volando por los aires!! -le riñó su compañera, entre histérica y asustada- ¡¿Te das cuenta de lo que podría haber pasado?!... Bennu... ¿Bennu?
     Bennu miró a Li a los ojos, pálida y sin ninguna expresión en el rostro. En cuanto su mirada vacía se encontró con la de su amiga y compañera, su mundo se derrumbó. De sus ojos comenzaron a caer lágrimas silenciosas que cruzaron su expresión inmutable hasta que ya no pudo aguantar más la tensión y se abrazó a ella.
     - ¡Oh, Bennu! -dijo Li abrazándola fuerte a su vez- ¿Pero qué te pasa?
     - Nada... -susurró de forma poco convincente- sólo estoy cansada... no he podido dormir en toda la noche...
     - Te dije que no deberías haberte quedado aquí hasta tan tarde. Quizá ahora podrías tomarte algo para despejar y aguantar, pero esta noche vete pronto a casa. Ya verás, seguro que hoy duermes bien y mañana estás como nueva.
     - Si...claro...tienes razón. -susurró Bennu.
     Pero en el fondo no lo tenía tan claro. Podía intentar dormir, pero sabía que no lo conseguiría. Sabía que, en cuanto cerrase los ojos, su conciencia, sus recuerdos, volverían a preguntarle “Por qué”.

*          *          *

     Bennu bajó a la cafetería y descubrió con sorpresa que estaba más concurrida de lo normal. La inmensa mayoría de las mesas estaban cubiertas de tazas y vasos, de café y cañas, de conversaciones y risas, de caras conocidas, de multitud de batas blancas. Sofi, corría de un lado para otro atendiendo a unos y cobrando a otros, siempre con una amplia sonrisa en la cara. Se notaba que era media tarde, la hora extra-oficial de descanso.
     Se acercó a la barra tras saludar a varias personas desde lejos y descubrió en el otro extremo a dos tipos cabizbajos hablando entre ellos que, por la pinta, no debían trabajar allí.
     - A ver, a ti quién te gusta más de los dos, ¿mi novio Iker o su amigo? -Preguntó Sofi tras haberse acercado por detrás.
     - ¡Sofi! Que susto...no me había dado cuenta de que venías hacia aquí...
     - Si, ya, ya... -dijo la camarera impaciente con una sonrisa- pero no esquives la pregunta.
     - Pues...no sé... ¿cuál es tu novio?
     - Mi novio es el que está sentado de cara a nosotras, el de pelo castaño claro muy corto y los ojos negros tan guapo. El otro que está de espaldas de pelo tan negro un poco más largo es su amigo... Víctor, creo... desde aquí no se le ve, pero tiene unos ojos verdes brillantes espectaculares... o lo serían si su cara en conjunto no diese tanto miedo... Bueno, a todo esto, ¿qué te pongo? No creo que hayas venido sólo de visita, ¿no?
     - No, claro. -dijo Bennu sonriendo- Ponme un café solo, bien cargado y para llevar, por favor.
     - Marchando -Contesto Sofi con un guiño y su sonrisa.
     Mientras observaba cómo la camarera se dirigía a la barra recogiendo tazas y limpiando por el camino, sus ojos repararon de nuevo en aquel chico... Víctor... no estaba segura, no podía verle bien, pero le daba la impresión de que le había visto antes.
     Sofi le trajo a toda prisa el café en un vaso para llevar.
     - Toma. Te lo apunto, que no tengo cambio ni tiempo de pararme a cambiar. -Casi le gritó, toda acelerada.
     - Vale, nos vemos. -Dijo Bennu mientras Sofi se alejaba- ¡Gracias!
     - ¡De nada! ¡Hasta luego, Bennu! -Chilló ella a lo lejos, sobresaltando a los clientes más cercanos.
     Bennu, se dio la vuelta sonriente y se dispuso a salir de la cafetería en dirección al pequeño laboratorio que compartía con Li. Entonces, sintió su móvil sonar en su bolsillo.
     - ¿Diga?
     - ¿La señora Bennu Expósito?
     - Sí, soy yo. ¿Con quién hablo?
     - Soy el inspector Martínez, de la Comisaría General. Me gustaría hablar con usted, si tiene un minuto...
     - Si, por supuesto... dígame... -Farfulló Bennu extrañada continuando su camino...
     Móvil en mano, atravesó la puerta y se encaminó en otra dirección, hacia su despacho, sin mirar atrás. Si lo hubiese hecho, habría visto, al otro lado del bar, cómo unos ojos verdes con mirada felina observaban cada uno de sus movimientos con silenciosa atención.

jueves, 15 de agosto de 2013

No interpretes de mis palabras...

Lía cerró la puerta de su habitación tas su espalda y se apoyó en ella, dejándose caer hasta el suelo. Era ya viernes y tenía la impresión de haber vivido una de las semanas más agotadoras de su vida. Los problemas en sí, no habían sido excesivos -más bien los de siempre-, pero el entorno en el que se desarrollaban acababa magnificándolos de una forma... era casi insoportable. Siempre acababa enfadada con todo y con todos por el mismo motivo.
Sintiendo que necesitaba una vez más desahogarse y buscar el apoyo anónimo de algún extraño, abandonó sus llaves y su bolso en el suelo y se sentó frente a su ordenador, abriendo una vez más su cuenta en tumblr, esa extraña red social en la que podía encontrar un poco de todo y de nada a la vez y que, con demasiada frecuencia, lograba demostrar que escondía algunas mentes bastante más razonables y comprensivas que las que le rodeaban a diario en su trabajo y su círculo de amistades.
Antes siquiera de plantearse cómo enfocar un mensaje tan personal, comenzó a escribir palabras tal cual le acudieron a la mente, descargando su enfado y frustración contra esa actitud tan intrusiva que tanto odiaba de la sociedad.

"No te he pedido que me soluciones la vida, ni que me des consejos para que la solucione yo, ni tampoco una opinión personal sobre el tema. Es más, ¡ni siquiera he dicho que yo lo considere un problema o que me esté quejando! Te lo he contado porque te aprecio como persona y salió el tema.
Si fuese un problema, es mío; lo que significa que soy YO la primera que ha de intentar solucionarlo. Cuando me vea incapaz -si llego a ese punto-, será cuando pida primero opiniones, después consejos y, finalmente, ayuda a quien YO QUIERA PEDÍRSELA. Hasta entonces, lo máximo que necesito y aceptaré es un oído que escuche sin juzgar y unos brazos que abracen sin apretar ni empujar.
Si quieres dármelo, genial; pero ¡no necesito a un héroe dorado que salve mi alma dañada del abismo y la perdición! Sólo un amigo de sonrisa amable.
No hagas de un grano de arena una montaña y trates de conquistarla para ti. No interpretes de mis palabras cosas que yo no he dicho. No te apropies de la vida de los demás y trates de gobernarla, pues cada uno sabe lo que lleva por dentro, cómo lo lleva y cómo quiere llevarlo.
Vive y deja vivir.
Y, por lo menos, si decides no hacerlo, encima no te enfades conmigo si te corto en seco, pierdo la confianza o dejo de contarte algunas cosas de mi vida. Si tú te consideras libre y con derecho para meterte en mis circunstancias, yo también lo soy para mandarte a la mierda.
He dicho."

Lía le dió al botón de enviar sin molestarse en mirarlo dos veces. El que quisiese entenderlo que lo entendiera... y si había alguna falta que le molestase, que mirase para otro lado.
Sin tan siquiera esperar una respuesta o apagar el ordenador, se quitó la ropa de cualquier manera y se puso el pijama para meterse en la cama, con la conciencia muy tranquila y la mente más relajada. Había sido un día muy largo y se merecía descansar. 
Que pena que todas aquellas personas a las que les incumbía el mensaje nunca llegarían a leerlo... pero eso tampoco le quitaba el sueño. Quizá, algún día, pudiese sacar el valor suficiente para decírselo y esperar que, al menos una o dos, abriesen los ojos y se diesen cuenta.



lunes, 12 de agosto de 2013

La merienda

   Nicolás abrió la nevera y cogió el cartón de zumo. Abrió el armario y sacó una tableta de chocolate. Se acercó al grifo de la cocina y se lavó las manos con agua. Después fue hacia la bolsa del pan y cogió un bollo.
   Su abuelo, vigilante silencioso y guardián de los quehaceres de su nieto -como de costumbre-, le observaba sentado a la mesa y con una sonrisa en los labios. El niño, ajeno a la expresión de su admirado héroe y consejero, continuaba preparándose él solo la merienda como le habían enseñado. El bollo ya estaba casi cortado, así que sólo necesitó abrirlo un poco con las manos, meter un pedazo de chocolate y verter el zumo en un vaso.
   Con mucha cara de tener prisa y querer acabar con aquél ritual cuanto antes, Nicolás se sentó a la mesa y comenzó a comer casi sin masticar mientras su abuelo aún le miraba.
   - ¿Por qué comes tan deprisa? -Le preguntó a su nieto.
   - Quiero salir a jugar. -Respondió él con la boca llena.
   - ¿Es muy importante salir a jugar?
   - Sí... supongo. Dentro no tengo nada que hacer.
   - ¿Cómo que no? Dentro tienes que merendar.
   Nicolás paró en seco y miró a su abuelo frunciendo el entrecejo sin entender.
   - Pero abuelo... ¿no me ves? estoy merendando.
   - No. Estás tragando muy deprisa unos alimentos a los que no les estás prestando ninguna atención.
   - Es comida -respondió él, poniendo los ojos en blanco- si no les doy los buenos días no van a notar la diferencia.
   El abuelo se rió y le miró con un poco de pena.
   - Eso que tú llamas sólo comida no llegó a casa por arte de magia, hijo. El zumo de la nevera no se formó solo dentro del cartón, el cacao no crece en los árboles en forma de tabletas de chocolate, el bollo no siempre fue así ni lo compramos ya cortado y el agua del grifo tiene que venir de algún sitio y de algún modo.
   - Eso ya lo sé. Las cosas las hace alguien y nosotros pagamos para comprarlas ya así y ahorrar tiempo.
   - Sí. Pero ese tiempo no vale de nada si desprecias a quien o lo que te lo otorgó -continuó el abuelo.- ¿De qué te vale tener más tiempo si viajas por el mundo sin fijarte en lo que hay alrededor? En esta vida hay un momento para cada cosa y lo que hace un viaje bonito no es el destino, es el camino. Nunca des las cosas por hechas ni nada por sentado; todo funciona de algún modo porque todos trabajamos para que sea así, pero eso no significa que algún día pueda cambiar y pillarte desprevenido. No mires, observa; no oigas, escucha; no toques, palpa; no comas, saborea. Aprovecha siempre cada momento para aprender y experimentar lo que ocurre a tu alrededor, sin tener tanta prisa por salir a jugar. Ya verás como, cuando por fin salgas, lo disfrutarás más y mejor por haber salido cuando debías hacerlo y no antes... porque sabrás apreciarlo.



domingo, 11 de agosto de 2013

Poeta


¿Qué escribes, poeta,
ocultando tu mirar
tras esa triste careta,
tras esa sonrisa inquieta,
tras tu lento caminar?
Admite que es cosa cierta
que, al ocultarte tras la puerta,
no puedes sino llorar.
Es oscuro el camino
que discurre sin destino
alrededor del altar
de las musas indiscretas.
Es oscuro el camino,
incierto, siempre distinto
y, a la vez, siempre igual.
Sabes bien, triste poeta,
que el amor huye de ti,
que las palabras caen sin cesar,
como tus lágrimas caen al mar
del olvido, del miedo, del fin.
Al intentar conseguir tus metas
sólo destruyes y luego queda
una hoja blanca, desierta,
que llenar al escribir.
¿A quién le importa, poeta,
lo que escribes aquí?
¿A quién le importa, alma muerta,
lo que será de ti?
Seguirás escondiendo tras la puerta
las lágrimas que riegan tu cantar.
Seguirás naciendo y muriendo, mientras
tu dulce sangre color carmín
dibuja ambiciosa las letras
que adornan tu cielo de estrellas,
pálidas, pequeñas y agoreras.
Es una vida sin par,
una maldición rastrera,
la que tienes por ser poeta,
la que tienes por soñar.
Nadie entenderá jamás
lo que pasa por tu cabeza,
lo que te hace sonreír,
lo que te hace llorar.
Nadie entenderá jamás
por qué sufres así
tan sólo por ser poeta,
por ser de mente abierta,
por atreverte a imaginar.
Qué haces, pues, aquí
también te preguntarás.
Es sencilla la respuesta,
mi pequeño colibrí,
y llegarás a descubrir
que estás aquí para volar,
que estás aquí para vivir.